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GUERRA  CIVIL  III


            4  En  fin,  todos  ellos  estaban  perturbados,  o  por  el  afán
            de las magistraturas o por el de las  recompensas en dinero
            o por el de vengarse de sus enemistades personales,  y pen­
            saban,  no  en qué  recursos tenían para vencer,  sino en qué
            forma  disfrutar  de  la  victoria.


               LXXXIV.            1  Resuelto el  problema del  suministro en
            trigo,  reconfortada  la  tropa  y  transcurrido  un  suficiente

            lapso desde los combates  de Dirraquio,1  como para  consi­
            derar  bastante  observado  a  cada  soldado,  César  estimó
            conveniente  el  considerar qué  propósito  o deseo  de luchar
            tenía  Pompeyo.          2  Y  así,  sacó  a  su  ejército  del  cam­
            pamento y  lo  desplegó  en  formación  de combate, primero
            en  sus terrenos  y  un  poco  lejos  del  campamento  de  Pom­
            peyo,  pero,  transcurridos  algunos  días,  avanzando  desde
            su  propio  campo  y  acercando  su  tropa  hasta  los  contra­
            fuertes  pompeyanos.2  Cuyo  comportamiento  rehabilitaba
            cada  día  más a  su ejército.          3  Conservaba,  no  obstante,
            a  propósito  de  su  caballería,  la  rutina  que  anteriormente
            hemos  dejado  señalada,3  mandando  combatir,  entre  los
            jinetes, y con  armas  veloces, a  soldados jóvenes  y  ligeros,

            seleccionados  de  entre  los  antesignanos,4  quienes  habrían
            de  aprender,  con  la  práctica  de  un  hábito  diario,  aquella
            clase  de  lucha.       4  El  resultado  de  aquel  ejercicio  fue
            que  mil  soldados,  aun  en  lugares  despejados,  se  pudieron
            atrever  a  sostener  el  asalto  de  siete  mil  pompeyanos,  si
            había  necesidad  de  ello,  sin  dejarse  intimidar  mucho  por
            su  multitud.        5  E  inclusive  por  aquellos  días  hizo  un
            combate  ecuestre  afortunado  y  mató,  entre  algunos  más,
            a Eco,  el alobroge que, según antes lo referimos, 5  era uno
            de  los  dos  tránsfugas  que  habían  huido  hacia  Pompeyo.



               LXXXV.           1  Pompeyo,  que  tenía  su  campamento  en
            una  colina,  desplegaba  su  tropa  en  las  más  bajas  faldas
            de  los  montes,  esperando  siempre,  según  parecía,  que



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