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GUERRA CIVIL III
la vida a todos y recomendó a sus propios soldados que no
se les agrediera ni se les despojara de nada de lo suyo.
3 Aplicada esta disposición, ordenó que se le reunieran
las demás legiones que se hallaban en el campamento y
que las que había llevado consigo reposaran a su turno
y volvieran al cuartel; y el mismo día llegó a Larisa.
XCIX. 1 En aquella batalla, no echó de menos más
de doscientos soldados, pero perdió treinta centuriones,
varones integérrimos. 2 También fue muerto, peleando
con la mayor pujanza, Crastino, de quien arriba hemos
hecho mención, a causa de una espada clavada en pleno
rostro. 3 Y no resultó falso lo que él había dicho al
arrojarse al combate. Y por ello, pues, César consideró
que en aquel encuentro Crastino se había portado con un
incomparable valor y juzgó de modo óptimo su mereci
miento. 1 4 Del ejército de Pcxmpeyo, parecían haber
muerto quince mil elementos, 2 pero se entregaron en ren
dición más de veinticuatro mil gentes —pues también las
cohortes que estaban de guarnición en los bastiones8 se
rindieron a Sila—; y finalmente, muchos otros se refugia
ron en las ciudades circunvencinas, siendo llevadas ante
César ciento ochenta insignias militares capturadas en la
batalla y nueve águilas. 4 5 Lucio Domicio,0 refugián
dose desde su campamento en el monte, cuando le fallaron
las fuerzas y lo venció el cansancio, fue también muerto
por nuestros jinetes.
C. 1 Por el mismo tiempo,1 Decio Lelio se llegó a
Brundisio con su flota y, con la misma intención que
antes manifestamos que lo había hecho Libón,2 se apo
deró de una isla colocada frente al puerto brundisino. 8
2 Vatinio, que comandaba en Brundisio, de modo seme
jante a lo que antes se había hecho, 4 techando y armando
barcas, atrajo a las naves lelianas, y de ellas atrapó, en la
bocana del puerto, a un quinquerreme 5 y a dos naves me
nores que se habían adelantado demasiado, a tiempo que
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