Page 17 - El Mártir de las Catacumbas
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variados tamaños, murallas, tumbas y templos le rodeaban por todas partes, pero él no veía lugar
               alguno que pudiera conducirle a las catacumbas. Se hallaba completamente perdido y sin saber
               qué hacer.
                      Entró por una calle caminando lentamente, tratando de hacer un escrutinio cuidadoso de
               cada  persona  quien  encontraba,  y  examinando  minuciosamente  cada  edificio.  Con  todo,  no
               obtuvo  el  menor  resultado,  salvo  el  haber  descubierto  que  la  apariencia  exterior  de  cuanto  le
               rodeaba  no  mostraba  señales  que  se  relacionasen  con  moradas  subterráneas.  El  día  pasó,  y
               empezó a hacerse tarde; pero Marcelo recordó que le habían dicho que había muchas entradas a
               las catacumbas, y fue así que continuó su búsqueda, esperando hallar un derrotero antes de la
               caída del día.
                      Al  fin  fue  compensada  su  búsqueda.  Había  caminado  en  todas  direcciones,  a  veces
               recorriendo  sus  propias  pisadas  y  volviendo  de  nuevo  al  mismo  punto  de  partida  para
               reorientarse. Las sombras crepusculares se acercaban y el sol se aproximaba a su ocaso. En esas
               circunstancias  su  ojo  avizor  fue  atraído  hacia  un  hombre  que  en  dirección  opuesta  caminaba
               seguido  de  un  pequeñuelo.  La  vestimenta  del  hombre  era  de  burda  confección  y  además
               manchada  de  arena,  barro  y  arcilla.  Su  aspecto  enjuto  y  pálido  rostro  evidenciaban  que  era
               alguien que había estado  largo  tiempo en  prisiones, y así toda su apariencia exterior atrajo la
               atenta mirada del joven soldado.

                      Se acercó a aquel hombre, y no sin antes ponerle la mano sobre el hombro, le dijo:
                      -Tú eres cavador. Ven conmigo.

                      Al levantar el hombre la mirada, se dio con un rostro severo. Y la presencia del vestido
               del oficial le atemorizó. Al instante desapareció, y antes que Marcelo pudiera dar el primer paso
               en su persecución, había tomado un encaminamiento lateral y se había perdido de vista.

                      Pero Marcelo cogió al muchacho.
                      -Ven conmigo -le dijo.
                      El pobre niño no pudo hacer más que mirarlo, pero con tal agonía y miedo que Marcelo
               fue conmovido.
                      -Tenga misericordia de mí, le pido por mi madre. Si Ud. me detiene, ella morirá. El niño
               se echó así a sus pies, balbuciendo solamente aquello en forma entrecortada.

                      -No te voy a hacer ningún daño; ven conmigo -y así lo condujo hacia e1 espacio abierto
               apartado del lugar por donde tanta gente estaba circulando. -Ahora que estamos solos -le dijo
               deteniéndose y mirándolo-, dime la verdad. Quién eres tú?

                      -Me llamo Polio -dijo el niño.
                      -Dónde vives?

                      -En Roma.
                      - Qué estás haciendo aquí?

                      -Salí a hacer un mandado.
                      -Quién era ese hombre?

                      -Un cavador.
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