Page 19 - El Mártir de las Catacumbas
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-Tu no vas a traicionarlos. No quiere decir nada que me muestres una entrada entre las
muchas que conducen allá abajo. ¿Crees que los guardias no las conocen a cada una?
El muchacho reflexionó por un momento, y finalmente manifestó su asentimiento.
Marcelo lo tomó de 1a mano y se entregó para que lo condujese. El niño volteó hacia la
derecha de la Vía Apia, y después de recorrer una corta distancia, llegó a una casa inhabitada.
Entró en ella y bajó al sótano. Allí había una puerta que aparentemente daba a un sencillo
depósito. El niño señaló ese lugar y se detuvo.
-Yo deseo bajar allá ---dijo Marcelo firmemente.
-¿Seguro que usted no se atrevería a bajar allí solo?
-Dicen que los cristianos no cometen delitos. ¿De qué habría yo de temer? Sigamos.
-Yo no tengo antorchas.
-Pero yo tengo. Yo vine preparado. Vamos.
-Yo no puedo seguir más.
-¿Te niegas?
El muchacho replicó: -Debo negarme. Mis amigos, mis parientes se hallan allá abajo.
Antes que conducirle a Ud., allá donde están ellos yo moriría cien veces.
-Tú eres muy osado. Pero no sabes lo que es la muerte.
-¿Que yo no lo sé? Qué cristiano hay que tema ir a la muerte? Yo he visto a muchos de
mis amigos morir la agonía, y aun he ayudado a sepultarlos. Yo no le conduciré a Ud. allá.
Lléveme a la prisión. El niño dio media vuelta.
-Pero si yo te llevo ¿qué pensarán tus amigos? Tienes madre?
El niño inclinó la cabeza y se echó a llorar amargamente. La mención de aquel nombre
querido le había vencido.
-Ya veo que tienes madre y que la amas. Llévame abajo y la volverás a ver.
-Yo jamás les traicionaré, ya le he dicho. Antes moriré. Haga conmigo lo que quiera Ud.
-Si yo tuviera malas intenciones,
¿crees te que bajaría sin hacerme acompañar por soldados? -dijo Marcelo.
-Pero ¿qué puede querer un soldado, o un pretoriano, con los perseguidos cristianos, sino
destruirlos?
-Muchacho, yo no tengo malas intenciones. Si tú me guías abajo te juro que no haré nada
contra tus amigos. Cuando yo esté abajo, yo seré un prisionero, y ellos pueden hacer conmigo lo
que quieran.
-¿Me jura Ud. que no los traicionará?
-Yo juro por la vida de César, y por los dioses inmortales, -dijo Marcelo solemnemente.
-Vamos, entonces -dijo el niño-. No necesitamos antorchas. Sígame cuidadosamente. Y el
menor penetró por la estrechísima abertura.