Page 23 - El Mártir de las Catacumbas
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esperanza, su paz, que se fundaban necesariamente en algo, escondido, oculto, lejano para él! Y
mientras permanecía estático y silencioso, escuchó el canto entonado con el alma por esta
congregación:
Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor Dios todopoderoso.
Justos y verdaderos son tus caminos,
Tú, oh Rey de los santos.
¿Quién no Te temerá, oh Dios, y ha de glorificar
Tu sagrado Nombre?
Porque Tú solo eres santo.
Porque todas las naciones han de venir y adorar delante
De Ti,
Porque tus juicios se han manifestado.
A esto siguió una pausa. El dirigente leyó algo en un rollo que hasta el momento era
desconocido Marcelo. Era la aseveración más sublime de la inmortalidad del alma, y de la vida
después de la muerte. La congregación toda parecía pendiente del majestuoso poder de estas
palabras, que parecían transmitir hálitos de vida. Finalmente el lector llegó a prorrumpir en una
exclamación de gozo, que arrancó clamores de gratitud y la más entusiasmada esperanza de parte
de toda la congregación. Las palabras penetraron al corazón del observador recién llegado,
aunque él todavía no comprendía la plenitud de su significado: "¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la
potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro
Jesucristo."
Estas palabras parecieron descubrir un nuevo mundo ante su mente, con novísimos
pensamientos. ¡El pecado, la muerte, Cristo, con toda aquella infinita secuela de ideas
relacionadas, aparecían débilmente perceptibles para su alma, que, más que despertar, parecía
resucitar! ¡Ahora mayormente ardía en él un anhelo vivo por llegar a conocer el secreto de los
cristianos, anhelo que hasta saciar no pararía!
El que dirigía levantó la cabeza reverente, extendió los brazos y habló fervientemente con
Dios. Se dirigía al Dios invisible como viéndolo, expresaba su confesión e indignidad, y
expresaba las gracias por el limpiamiento de los pecados, merced a la sangre expiatoria de
Jesucristo. Pedía que el Espíritu Santo desde lo alto descendiera a obrar dentro de ellos para que
los santificara. Luego enumeró sus agonías, y pidió que fueran librados, pidiendo la gracia de la
fe en la vida, la victoria en la muerte, y la abundante entrada en los cielos en el nombre del
Redentor, Jesús.
Después de esto siguió otro canto que fue cantado como el anterior:
He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres,
Y El morará con ellos,