Page 45 - El Mártir de las Catacumbas
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En cuanto al agua, contaban con abundante provisión en el extremo inferior de los
pasillos. Allí contaban con pozos y fuentes de aprovisionamiento suficientes para todas sus
necesidades.
Era también en la noche que se hacían ciertas expediciones, las más tristes de todas. Estas
consistían en la búsqueda de los cuerpos de aquellos que habían sido despedazados por las fieras
salvajes o quemados en las piras. Estos despojos bien amados se lograban rescatar a costa de los
mayores peligros, y se transportaban rodeados de miles de riesgos. Enseguida los amigos y
parientes de los muertos celebraban los sencillos servicios fúnebres como también la fiesta en
que se les daba sepultura. Después de todo esto solían depositar los restos en su estrechísima
tumba, cubriéndola con la correspondiente losa en que se grababa el nombre del difunto.
Aquellos primitivos cristianos, vivamente inspirados de la gloriosa doctrina de la
resurrección, miraban hacia el futuro con la más ardiente esperanza de la llegada del momento
cuando la corrupción habría dc ser absorbida por la incorrupción, y lo mortal por la inmortalidad.
Y era así que ellos no querían permitir que el cuerpo de ellos, al que tan sublime destino
esperaba, fuera reducido a cenizas, llegando hasta pensar que aun las sagradas llamas funerales
eran una honra para el cuerpo que era el templo de Dios y tanto favor había merecido de las
alturas celestiales. Era en tal virtud que los estimados cuerpos de muertos se procuraba traerlos
allí, fuera de la vista de los hombres, en donde ninguna mano irreverente perturbara la solemne
quietud del último lugar de reposo, en donde habían de yacer "hasta la final trompeta," que sería
la voz del llamado que la primitiva Iglesia esperaba con vivo anhelo como lo mas inminente y
real. Arriba en la ciudad en donde se respiraba, la Cristiandad había estado aumentando en las
generaciones sucesivas, y durante todo el tiempo transcurrido así, los muertos habían ingresado
allí en proporciones cada vez mayores, de tal manera que ahora las catacumbas constituían una
vasta ciudad de los muertos, cuyos silenciosos moradores dormitaban en filas innumerables,
hilera sobre hilera, esperando hasta que se oiga la aclamación del Señor, llamando a congregarse
al pueblo lavado con su sangre, "en un momento de tiempo, en un cerrar del ojo," a encontrar al
Señor en el aire.
En muchos lugares se habían derribado los arcos con el objeto de elevar el techo a fin de
formar habitaciones. Ninguno de ellos era demasiado espacioso, sino que eran solamente recintos
de mayor expansión en donde los fugitivos podrían reunirse en asambleas mayores, pudiendo al
mismo tiempo respirar con desahogo. Allí pasaban ellos su mayor tiempo, y al mismo tiempo
realizaban sus asambleas de fraterna comunión.
Su situación se explica por la naturaleza de los tiempos en que vivieron. Pues las sencillas
virtudes de la república habían pasado a la historia, la libertad había huido para siempre del
territorio. La corrupción había tomado posesión del imperio, y lo había avasallado todo bajo su
mortal influencia. Conspiraciones, rebeliones, traiciones azotaban sucesivamente al estado. Pero
el pueblo, víctima de todo, permanecía la distancia en silencio. Ellos veían sufrir a los valientes
de los suyos, y veían morir a los más nobles, siquiera conmoverse. Nada tenía la virtud de estar
el corazón generoso ni hacer arder el alma. Sus generados sentimientos solamente podían
moverse te las más bajas pasiones.
Empero, contra un tal estado de cosas hizo impacte valientemente la verdad de Jesucristo,
y contra enemigos tan enormes como éstos tuvo que luchar y abrirse paso cuerpo a cuerpo por
entre tales obstáculos, haciendo un avance lento, pero firme. Aquellos que tomaban las armas
bajo su bandera, no podían esperar un futuro muy fácil y de comodidad. El sonido de trompeta