Page 65 - El Mártir de las Catacumbas
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EL JUICIO DE POLIO
De la boca de los pequeñitos y de los que maman, perfeccionaste la alabanza.
EN UN EDIFICIO n0 lejano del palacio imperial había un amplio salón. Su piso era de
mármol, que se mantenía siempre brillante, y enormes columnas de pórfido soportaban el
artesonado techo. En el extremo del departamento había un altar con una estatua de una deidad
pagana. Y en el lado opuesto los magistrados luciendo sus togas oficiales ocupaban asientos
prominentes. Delante de ellos había algunos soldados vigilando al prisionero.
El único prisionero esta vez era el niño Polio.
La palidez de su rostro contrastaba con su porte erguido y firme. La extraordinaria
inteligencia que le había caracterizado siempre, no le abandonó en estos momentos solemnes.
Sus ágiles miradas captaban todos los detalles de ese escenario. El sabía bien la inexorable
condena que pendía inminentemente sobre él. Y con todo, ni la menor traza de temor o de
indecisión pasaba siquiera por él.
El ya sabía que el único vínculo que le había unido a la tierra había partido. Las primeras
horas de aquella mañana le habían saludado con la noticia de que su madre había sido llamada
arriba. Le había sido transmitida por una persona que entendía que le fortalecería en su
resolución. Ese mensajero había sido Marcelo. La benevolencia, bastante arriesgada, de Lúculo
le había hecho posible esa entrevista. El pensamiento había sido acertado. Mientras su madre vi
vía, el pensar en ella podía haber debilitado su resolución; mas ahora, liberada ella de las
catacumbas con Cristo, él estaba animado del más vivo anhelo d partir también. En su fe
sencillísima creía que 1 muerte le uniría en el instante a su bien amada madre. Animado de este
sentir, esperaba ávidamente f interrogatorio.
-Quién eres tú?
-Marcos Servilio Polio.
-¿Qué edad tienes?
-Trece años.
Ante la mera mención de su nombre un murmullo de compasión se difundió entre la
asamblea, pues ese nombre era muy conocido en Roma.
-Se te acusa del delito de ser cristiano. Tú ¿que dices?
-Excelencia, yo no soy responsable de ningún delito -dijo el niño-. ¡Yo soy cristiano, y
me complace íntimamente poder confesarlo delante de los hombres