Page 9 - El Mártir de las Catacumbas
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siniestros  ojos  relumbraba  una  mezcla  de  sorpresa  y  regocijo  loco.  Recogiendo  su  espada  y
               asiéndola  firmemente  se  dispuso  al  ataque  con  toda  libertad,  hundiéndola  de  un  golpe  en  el
               corazón de Macer.
                       --¡SEÑOR JESÚS, RECIBE MI ESPIRITU! -Salieron esas palabras entre el torrente de
               sangre en medio del cual este humilde pero osado testigo de Cristo dejó la tierra, uniéndose al
               nobilísimo ejército de mártires.
                       -¿Suele haber muchas escenas como ésta? -preguntó Marcelo.

                       -Así  suele  ser.  Cada  vez  que  se  presentan  cristianos.  Ellos  hacen  frente  a  cualquier
               número de fieras. Las muchachas caminan de frente firmemente desafiando a los leones y a los
               tigres, pero ninguno de estos locos quiere levantar su mano contra otros hombres. Este Macer ha
               desilusionado amargamente a nuestro populacho. Era el más excelente de todos los gladiadores
               que se han conocido; empero, al convertirse en cristiano, cometió la peor de las necedades.

                       Marcelo contestó meditativo, -¡Fascinante religión debe ser aquella que lleva a un simple
               gladiador a proceder de la manera que hemos visto!
               -Ya tendrás la oportunidad de contemplar mucho más de esto que te admira.

                       -¿Cómo así?
                       -¿No lo has sabido? Estás comisionado para desenterrar a algunos de estos cristianos. Se
               han introducido en las catacumbas y hay que perseguirlos.
                       -Cualquiera  pensaría  que  ya  tienen  suficiente.  Solamente  esta  mañana  quemaron
               cincuenta de ellos.
                       -Y  la  semana  pasada  degollaron  cien.  Pero  eso  no  es  nada.  La  ciudad  íntegra  se  ha
               convertido en todo un enjambre de ellos. Pero el Emperador Decio ha resuelto restaurar en toda
               su  plenitud  la  antigua  religión  de  los  romanos.  Desde  que  estos  cristianos  han  aparecido  el
               imperio  va  en  vertiginosa  declinación.  En  vista  de  eso  él  se  ha  propuesto  a  aniquilarlos  por
               completo.  Son  la  mayor  maldición,  y  como  a  tal  se  les  tiene  que  tratar.  Pronto  llegarás  a
               comprenderlo.

                       Marcelo contestó con modestia: -Yo no he residido en Roma lo suficiente, y es así que no
               comprendo qué es lo que los cristianos creen en verdad. Lo que ha llegado a mis oídos es que
               casi cada crimen que sucede se les imputa a ellos. Sin embargo, en el caso de ser como tú dices,
               he de tener la oportunidad de llegar a saberlo.
                       En ese momento una nueva escena les llamó la atención. Esta vez entró al escenario un
               anciano, de figura inclinada y cabello blanco plateado. Era de edad muy avanzada. Su aparición
               fue recibida con gritos de burla e irrisión, aunque su rostro venerable y su actitud digna hasta lo
               sumo hacían presumir que se le presentaba para despertar admiración. Mientras las risotadas y
               los alaridos de irrisión herían sus oídos, él elevó su cabeza al mismo tiempo que pronunció unas
               pocas palabras.
                       -¿Quién es él? -preguntó Marcelo.

                       -Ese es Alejandro, un maestro de la abominable secta de los cristianos, Es tan obstinado
               que se niega a retractarse...
                       -Silencio. Escucha lo que está hablando.
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