Page 102 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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a Itaca. Se embarca con Menelao en el mismo barco que
transporta al anciano Néstor. Pero en la isla de Ténedos
Ulises discute con Menelao y decide regresar a Troya para
unirse a Agamenón. Después zarpan juntos con la espe
ranza de llegar al mismo tiempo a la Grecia continental.
Pero los dioses deciden otra cosa. Los vientos, las tempes
tades y las tormentas se desencadenan. La flota se disper
sa; muchas naves zozobran y arrastran a los abismos a sus
tripulaciones y a los soldados que transportan. Pocos son
los griegos que tienen la fortuna de regresar a su casa.
Y, entre los que el mar perdona, algunos encontrarán la
muerte nada más llegar a su morada. Es lo que le ocurre a
Agamenón. Tan pronto como ha posado los pies en el
suelo de su patria, cae en la trampa que le tienden su mu
jer, Clitemnestra, y el amante de ésta, Egisto. Agamenón,
sin la menor desconfianza, regresa como un tranquilo
buey contentísimo de recuperar el establo familiar. Pero.
los dos cómplices lo asesinan a sangre fría.
Así pues, la tempestad separa las naves de Ulises de las
de Agamenón, que forman el grueso de la flota. Ulises se
encuentra aislado en el mar con su pequeña flota. Afronta
las mismas tribulaciones y sufre idénticas tormentas que
sus compañeros de infortunio. Cuando finalmente desem
barca en Tracia, entre los cicones, la acogida es hostil. Uli
ses se apodera de su ciudad, Ismaro. Se comporta respecto
a los vencidos de igual manera que muchos héroes grie
gos. Mata a la mayoría de sus habitantes, pero perdona la
vida a uno de ellos: el sacerdote de Apolo, llamado Ma
rón. En señal de gratitud, éste le ofrece doce ánforas de un
vino nada común, pues es una especie de néctar divino.
Ulises ordena que las lleven a sus naves. Los griegos, con
tentísimos, alzan su campamento nocturno junto a la ori
lla pensando zarpar de nuevo al amanecer. Pero los cico
nes del interior, avisados de la llegada de los enemigos, los
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