Page 108 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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aquel vino que Marón le había entregado en señal de gra
titud y que es un néctar divino. El Cíclope lo bebe, le pa
rece maravilloso y pronto cae presa de sus efectos. Atibo
rrado de queso y de carne humana y embriagado por el
vino, se duerme.
Ulises tiene tiempo de endurecer al fuego una gran es
taca de olivo que ha aguzado hasta convertir su extremo
en una fina punta. Todos los marineros supervivientes le
ayudan a prepararla y luego a hundir su punta ardiente en
el ojo del Cíclope, que se despierta aullando. Su único ojo
está ciego. Ha sido arrojado a la noche, a las tinieblas. En
tonces, naturalmente, pide ayuda, y los Cíclopes de los al
rededores acuden corriendo. Los Cíclopes viven solitarios
en cavernas aisladas, y no reconocen a otro dios ni amo
que a sí mismos, pero van en su auxilio, y desde fuera, ya
que la gruta está cerrada, gritan: «¡Polifemo, Polifemo!
¿qué te pasa?» «¡Ah, es horrible, me están asesinando!»
«Pero ¿quién te ha hecho daño?» «¡“Nadie”, Utis!» «Pero si
nadie, métis, te ha hecho daño, ¿por qué nos destrozas los
oídos?» Y se van.
Por consiguiente, Ulises, que se ha escondido, que se
ha escamoteado, que se ha desvanecido detrás del nombre
que él mismo se ha atribuido, se siente, en cierto modo, a
salvo. No del todo, ya que todavía necesita salir del antro
obstruido por una enorme roca. Se da cuenta de que la
única manera de salir de la caverna consiste en atar con
mimbres a cada uno de los seis griegos que quedan al
vientre de un carnero. El se agarra a la espesa lana del mo
rueco preferido del Cíclope. Este se coloca delante de la
puerta del antro, después de haber movido la piedra que
tapona la entrada, y hace pasar a cada animal entre sus
piernas y le palpa el lomo para estar seguro de que ningún
griego aprovecha la ocasión para escaparse. No descubre
que los griegos están ocultos debajo. En el momento en
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