Page 112 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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hace allí. «No he sido yo, me he dormido y me he equivo­
         cado,  he dejado que la noche del  sueño  me  invadiera,  no
         he velado y el resultado es que mis compañeros han abier­
         to el odre.» Esta vez Eolo pone mala cara.  Ulises le implo­
         ra:  «Déjame salir de  nuevo,  dame  una segunda oportuni­
         dad.»  Eolo  se  enfada,  le  dice  que  es  el  último  de  los
         últimos,  que  no es nadie,  que ya no es nada,  que  los dio­
         ses lo odian.  «¡Para que te haya ocurrido una desgracia se­
         mejante,  es  necesario  que  estés  maldito,  no  quiero  seguir
         escuchándote!»  Y  hete  aquí  que  Ulises  y  sus  compañeros
         zarpan  de  nuevo  sin  haber  encontrado  en  Éolo  la  ayuda
         que esperaban.
             Después,  en  el  transcurso  de  su  travesía,  la  flotilla  de
         Ulises llega a  un  nuevo lugar:  la  isla de  los lestrigones.  Se
         acercan; hay un puerto muy despejado y una ciudad.  Uli­
         ses,  siempre  más  precavido  que  los  demás,  en  lugar  de
         amarrar su  nave  en  el  puerto,  decide  hacerlo  a cierta dis­
         tancia,  en  una  playa  apartada.  Y,  como  sus  aventuras  le
         han  hecho  prudente,  en  lugar  de  ir  en  persona,  envía  a
         una patrulla a investigar cómo son los habitantes de aquel
         lugar.  Los marineros se dirigen a la ciudad y en su camino
         se encuentran con una joven  inmensa, enorme,  una espe­
         cie  de  matrona  campesina,  mucho  más  alta y  corpulenta
         que  ellos,  tanto,  que  los  deja  asombrados.  Los  invita  a
         acompañarla:  «Mi padre, que es el rey, estará encantado de
         recibiros,  os  dará  todo  lo  que  queráis.»  Los  marineros  se
         sienten  muy satisfechos,  aunque las dimensiones de aque­
         lla  encantadora  persona  no  dejan  de  impresionarlos.  Les
         parece demasiado corpulenta y voluminosa.  Llegan ante el
         rey de los lestrigones, que,  tan  pronto como los ve, agarra
         a uno de ellos y se lo come.  Los hombres de Ulises ponen
         pies en polvorosa y corren hacia las  naves gritando:  «¡Sál­
         vese quien pueda, marchémonos de aquí!» Mientras tanto,
         los lestrigones,  con su rey a la cabeza,  salen a la carrera de


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