Page 184 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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ese niño a mis amos. Fui yo quien te entregué, niño con el
talón agujereado.» «¿Quién te dio a ese niño?», pregunta
Edipo. El mensajero identifica entre los asistentes al viejo
pastor que en otros tiempos guardaba los rebaños de Layo
y Yocasta, el que le había entregado al recién nacido. Edi
po se pone nervioso. El pastor lo niega. Los dos hombres
discuten: «¡Claro que fuiste tú! Estábamos con nuestros
rebaños en el monte Citerón y allí me entregaste al niño.»
Edipo percibe que las cosas toman un derrotero terrible.
Piensa por un instante que tal vez era un niño expósito,
el hijo abandonado de una ninfa o una diosa, lo que ex
plicaría el destino excepcional de que había disfrutado.
Mantiene todavía una insensata esperanza, pero, para los
ancianos congregados allí todo está cada vez más claro.
Edipo se dirige al pastor de Layo y lo conmina a decir la
verdad: «¿De dónde sacaste a ese niño?» «Del palacio.»
«¿Quién te lo dio?» «Yocasta.»
A partir de ese momento, ya no queda ni la sombra
de una duda. Edipo comprende. Enloquecido, corre a pa
lacio para ver a Yocasta. Se ha colgado del techo con su
cinturón. Edipo la encuentra muerta. Con las fíbulas de
su traje se saca los ojos; sólo quedan las cuencas ensan
grentadas.
Hijo legítimo de un linaje real y maldito, alejado y
después devuelto a su lugar de origen, regresó sin seguir
un recorrido regular y en línea recta, sino tras ser desviado
y apartado. Por ello ya no puede ver la luz, ya no puede
ver el rostro de nadie. Podría ocurrir incluso que también
sus oídos estuvieran sordos. Podría estar encerrado en una
soledad total porque se ha convertido en el baldón de su
ciudad. Cuando aparece una peste, cuando el orden de las
estaciones ha sido modificado, cuando la fecundidad se ha
desviado del camino recto y regular, es que existe un bal
dón, un miasma, y ese baldón es él. Ha hecho una prome
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