Page 291 - Mahabharata
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4. Virata                                                                                271


               más altas del árbol. No creo que nadie tenga el coraje de trepar para inspeccionarlo;
               luego, tranquilamente, nos podremos ir a la ciudad. Así que hagámoslo y pasemos aquí

               la noche, porque Draupadi está muy cansada. Mañana por la mañana entraremos en la
               ciudad.
                   Yudhisthira aprobó la idea. Reunió todas las armas de sus hermanos, lo cual suponía
               una penosa separación para todos ellos. Sus arcos, sus flechas, sus espadas y todas sus
               armas habían sido hasta entonces sus únicos compañeros. Muy tiernamente Arjuna
               envolvió su arco gandiva después de haber aflojado su cuerda, pero justo antes de soltarla
               Arjuna la hizo sonar una vez más como una dulce despedida diciéndole: « Hasta que
               volvamos a encontrarnos. » Fue amargo para los pandavas tener que desprenderse de sus
               armas, pero por fin se hizo el hatillo en el que muy cuidadosamente estaban guardadas
               todas las armas, envueltas con mucho cariño. Entonces Yudhisthira invocó a los dioses
               de los cielos diciendo:
                   —Yo os invoco a todos para que estéis presentes aquí, ahora, para oír lo que voy a
               decir: Le pido a Brahma, a Indra, a Kubera, a Rudra, a Yama, a Vishnu y a Chandra, al
               cielo, a la tierra, a Agni y a los Maruts, os pido a todos que guardéis estas armas que son
               nuestras más queridas posesiones. Os pido que las guardéis como rehenes. Al finalizar
               el año de nuestro Ajnatavasa, os pido que nos devolváis estas armas, o bien a mí o bien a
               Arjuna. Pero jamás se las entreguéis a Bhima, incluso aunque os las reclame. Él tiene
               un temperamento muy alterable y siempre está enfadado con los hijos de Dhritarashtra.
               En un momento de enajenación quizá pueda pediros estas armas sin mi consentimiento
               y, en su furia contra sus primos, quizá las use antes de que haya transcurrido este año.
               Así pues, oh dioses, debéis tenerlas a buen recaudo. También os ruego a todos que nos
               bendigáis antes de enviarnos hacia lo desconocido, debéis protegernos, impidiendo que
               seamos descubiertos. No queremos ser exiliados por otros doce años. Queremos luchar
               contra estos hijos de Dhritarashtra. Ese es el fin hacia el que se encamina nuestro viaje.
               Por favor, bendecidnos.

                   Yudhisthira trepó por el árbol hasta llegar a la copa, y allí, en una rama fuerte, ató el
               hatillo que contenía las armas dejándolo suspendido como si fuera un cadáver. Cuando
               descendió del árbol se dio cuenta de que Bhima tenía lágrimas en sus ojos y, abrazándole,
               procuró consolarle mientras su hermano sollozaba sin control. Yudhisthira trató de
               calmarle con dulces palabras, palmeándole a la vez con cariño.
                   Los pandavas estaban ya preparados para emprender el camino, cuando compro-
               baron que algunos campesinos les habían estado observando mientras realizaban el
               ritual de subir al árbol y dejar atado allí el hatillo, y también les habían oído recitar
               algunos mantras mágicos. Los campesinos se les acercaron tratando de consolarles.
               Aprovechando la escena los pandavas les dijeron que se trataba del cuerpo de su madre
               y que de acuerdo a su tradición no debían realizarse los ritos funerarios de incineración
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