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sino que el cuerpo tenía que ser colgado de un árbol dejándolo allí durante años y que
si alguien se atrevía a tocar el cuerpo, la muerte le sobrevendría inmediatamente. Los
campesinos se creyeron la historia sin dudarlo ni un solo momento y ya ni se atrevían
a acercarse a los pandavas, y en cuanto encontraron el momento oportuno, salieron
corriendo de aquel lugar. Yudhisthira se reía al ver la credulidad de aquellos campesinos.
Luego vio que por allí había una vaca muerta y acercándose le dijo a Shadeva:
—Mira, allí hay una vaca muerta. Apartemos los huesos resecos y aprovechemos
su piel para cubrir el fardo que contiene nuestras armas. Así evitaremos que el Sol y la
lluvia puedan dañarlas.
Los pandavas abandonaron aquel lugar volviendo una y otra vez la cabeza para
contemplar aquel cadáver que dejaban colgado en el árbol como algo muy querido para
ellos. Pero ahora ya tenían que pensar en los tiempos que se les acercaban, porque
quizá no habría posibilidad de que pudieran encontrarse entre ellos. Hasta entonces,
aunque estaban en el exilio, siempre habían estado juntos, pero estos doce próximos
meses tenían que estar separados, más aún: tendrían que comportarse como extraños
unos con otros. Eso era para ellos la parte más dolorosa de aquel asunto. Así que se
asignaron nombres entre ellos para usarlos como códigos en caso de que surgiese alguna
emergencia. Los nombres eran: Jaya, Jayesha, Vijaya, Jayatsena y Jayatbala. Luego, los
pandavas entraron en la ciudad de Virata. Amaneció el nuevo día y todos fueron a
bañarse al río. Yudhisthira se puso su disfraz y se despidió de sus hermanos y también
de Draupadi, y comenzó a andar en dirección al palacio del rey.
Enseguida llegó al palacio. El rey tenía un aspecto muy noble. Yudhisthira per-
maneció de pie delante suyo, parecía como si fuese un rey visitando a otro rey. El rey
de los Matsyas lo miraba diciéndose a sí mismo: « ¿Quién será esta persona? No se ha
acercado a saludarme, pero, sin embargo, no me siento ofendido por ello, de hecho, casi
siento que debería ser yo quien debiera rendirle honores a él; quizá se ofenda si no le
saludo. Viene vestido como un brahmín pero camina con el estilo de un kshatrya. Parece
un tigre andando. Parece que hubiera nacido para gobernar el mundo. No sé quién es,
pero me encanta su noble aspecto. Debo tratar de complacerle en todo lo que pueda. »
Mientras estos pensamientos nacían en la mente del rey, Yudhisthira se había acer-
cado al trono. El rey se puso en pie, se dirigió hacia el lugar donde se había detenido
Yudhisthira, le tomó de la mano y le dijo:
—Es un honor para mí gozar de la presencia de un brahmín como tú. Me complacería
mucho hacer cualquier cosa que me pidas que haga.
Yudhisthira se expresó en términos muy simples y escuetos. No podía decir ninguna
mentira, pero tenía que ocultar la verdad, así que le dijo:
—Yo era un gran amigo del rey Yudhisthira, el señor de Indraprastha. Tú debes haber
oído hablar de él, seguro que sabes que tuvo que irse a vivir al bosque, junto con sus