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—Puedes quedarte a cargo de los establos. Nakula estaba contento de que no le
hiciera muchas más preguntas y le dijo:
—Mi nombre es Damagranthi, me esforzaré por complacerte en todo lo posible. —
Nakula estaba inmensamente complacido de estar con los caballos a los que tanto quería.
Era casi tan feliz como en Indraprastha.
Shadeva fue el último en entrar al sabha de Virata. Se había puesto el vestido de
pastor. Con un cayado en su mano tenía un aspecto tan encantador como su primo
Krishna cuando estaba en Gokula. Shadeva se dirigió al rey y le dijo:
— Por favor, hazme el jefe de los pastores de tu reino. Guardaré tu ganado, puedo
curar todas las enfermedades que afectan a las vacas y a los toros, soy un especialista
en el cuidado de las vacas. Producirán más leche si yo las ordeño. Estarán saludables y
hermosas. Mi nombre es Tantripala y he venido a tu reino porque tu principal riqueza es
el ganado y espero que me des un puesto entre los cuidadores de tu ganadería.
Virata miró a Shadeva y le dijo:
—Quienquiera que seas, parece que has conocido días mejores, no tienes apariencia
de merecer pequeñas labores. Pero eres bienvenido a Virata, nunca he dicho no a alguien
que me pide favores. En cuanto a ti, me haces un favor encargándote de preservar mis
riquezas: mi ganado. Me alegro de mi buena fortuna.
De este modo los cinco pandavas entraron en la ciudad de un rey que era bondadoso
y noble. Los pandavas fueron felices por primera vez en su exilio. Se las habían arreglado
para resolver su mayor problema. Ahora era sólo una cuestión de tiempo, hasta que
llegara la hora de salir de su escondite y reclamar el reino que les pertenecía.
Capítulo IV
DRAUPADI AL SERVICIO DE SUDESHNA
RAUPADI entró en la ciudad disfrazada de Sairandhri. Los viandantes se quedaban
D atónitos ante la belleza de aquella mujer que iba vestida con unos ropajes tan viejos
y sucios. Sostenía los extremos de su larga y brillante cabellera con su mano derecha, y
una sonrisa iluminaba su rostro. Caminaba rápido hacia el palacio de la reina; la reina de
Virata estaba asomada al balcón de su palacio. Su nombre era Sudeshna, una princesa de
Kekaya. Ella también quedó absorta ante el encanto y la personalidad de aquella mujer.
Vio cómo la sonrisa desaparecía del rostro de la extranjera porque la gente de la calle la
seguía y se reía de ella. La mujer estaba aterrada ante tal acoso y caminaba más deprisa,
mientras que las risas se hacían más estridentes. La reina sintió compasión por aquella
pobre mujer solitaria que no parecía tener acompañante y ordenó a sus doncellas que
fueran a buscarla a toda prisa. Fueron hacia la mujer que estaba en medio de la multitud
y le dijeron: