Page 296 - Mahabharata
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                   —Puedes quedarte a cargo de los establos. Nakula estaba contento de que no le
               hiciera muchas más preguntas y le dijo:

                   —Mi nombre es Damagranthi, me esforzaré por complacerte en todo lo posible. —
               Nakula estaba inmensamente complacido de estar con los caballos a los que tanto quería.
               Era casi tan feliz como en Indraprastha.
                   Shadeva fue el último en entrar al sabha de Virata. Se había puesto el vestido de
               pastor. Con un cayado en su mano tenía un aspecto tan encantador como su primo
               Krishna cuando estaba en Gokula. Shadeva se dirigió al rey y le dijo:
                   — Por favor, hazme el jefe de los pastores de tu reino. Guardaré tu ganado, puedo
               curar todas las enfermedades que afectan a las vacas y a los toros, soy un especialista
               en el cuidado de las vacas. Producirán más leche si yo las ordeño. Estarán saludables y
               hermosas. Mi nombre es Tantripala y he venido a tu reino porque tu principal riqueza es
               el ganado y espero que me des un puesto entre los cuidadores de tu ganadería.

                   Virata miró a Shadeva y le dijo:
                   —Quienquiera que seas, parece que has conocido días mejores, no tienes apariencia
               de merecer pequeñas labores. Pero eres bienvenido a Virata, nunca he dicho no a alguien
               que me pide favores. En cuanto a ti, me haces un favor encargándote de preservar mis
               riquezas: mi ganado. Me alegro de mi buena fortuna.
                   De este modo los cinco pandavas entraron en la ciudad de un rey que era bondadoso
               y noble. Los pandavas fueron felices por primera vez en su exilio. Se las habían arreglado
               para resolver su mayor problema. Ahora era sólo una cuestión de tiempo, hasta que
               llegara la hora de salir de su escondite y reclamar el reino que les pertenecía.


                                                        Capítulo IV
                                     DRAUPADI AL SERVICIO DE SUDESHNA


                     RAUPADI entró en la ciudad disfrazada de Sairandhri. Los viandantes se quedaban
               D atónitos ante la belleza de aquella mujer que iba vestida con unos ropajes tan viejos
               y sucios. Sostenía los extremos de su larga y brillante cabellera con su mano derecha, y
               una sonrisa iluminaba su rostro. Caminaba rápido hacia el palacio de la reina; la reina de
               Virata estaba asomada al balcón de su palacio. Su nombre era Sudeshna, una princesa de
               Kekaya. Ella también quedó absorta ante el encanto y la personalidad de aquella mujer.
               Vio cómo la sonrisa desaparecía del rostro de la extranjera porque la gente de la calle la
               seguía y se reía de ella. La mujer estaba aterrada ante tal acoso y caminaba más deprisa,
               mientras que las risas se hacían más estridentes. La reina sintió compasión por aquella
               pobre mujer solitaria que no parecía tener acompañante y ordenó a sus doncellas que
               fueran a buscarla a toda prisa. Fueron hacia la mujer que estaba en medio de la multitud
               y le dijeron:
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