Page 56 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Primera aparición del }ádir 49
el que no va por el camino de la perfección acompañado de Dios, que es la
Verdad, no puede tener certeza de su salvación."
El temperamento indómito de Abenarabi se sometía difícilmente a
esta disciplina; pero un prodigio estupendo acabó por dulcificar su
carácter: un día, tras una polémica en que Abenarabi contradijo abier-
tamente a su maestro, salió de la escuela para dirigirse a su casa, y
al pasar por el mercado de los granos tropezóse con una persona para
él desconocida que, dirigiéndole la palabra y llamándole por su nom-
bre, le dijo: "¡Mohámed, acepta de tu maestro la solución!" Volvió
Abenarabi sobre sus pasos y, entrando de nuevo a la escuela, dis-
puesto a pedir perdón a su maestro, vió lleno de estupor que éste,
sin dejarle pronunciar una palabra, exclamó: "¡Mohámed!, ¿será pre-
ciso, para que te sometas a mí, que en todos los casos venga a reco-
mendarte esta sumisión el Jádir en persona?" (1).
"Es el Jádir el compañero de Moisés [cfr. Alcorán, XVIII, 62 sig.], a quien
Dios prolongó la vida hasta ahora (contra lo que afirman los teólogos exoté-
ricos que interpretan en sentido alegórico las tradiciones auténticas de Ma-
homa), y yo le he visto varias veces. Con él nos ocurrió un suceso maravillo-
so, y fué que nuestro maestro Abulabás el Oryaní discutía en cierta ocasión
conmigo acerca de quién era una persona a la cual el Profeta había regocijado
con su aparición: él me dijo: "Es fulano, hijo de fulano", y me nombró a un
individuo a quien yo conocía de nombre, pero no de vista, aunque sí conocía
personalmente a un primo suyo. Yo me quedé vacilando y sin decidirme a
aceptar lo que el maestro me aseguraba de aquel individuo, porque yo creía
tener motivos bastantes para saber a qué atenerme respecto del asunto. Indu-
dablemente, mi maestro se sintió defraudado por mi actitud y se molestó, pero
interiormente, pues yo entonces no me di cuenta de ello, porque esto ocurría
en los principios de mi vida religiosa. Me marché, pues, a mi casa, y cuando
iba andando por la calle, topé con una persona, a la cual no conocía, que se
adelantó a saludarme con el afecto de un amigo cariñoso, diciéndome: "¡Oh,
Mohámed! Da crédito a lo que te ha dicho el maestro Abulabás acerca de fu-
lano", y me nombró a aquella misma persona mencionada por Abulabás el
Oryaní. Yo le contesté: "Así lo haré." Entendiendo, pues, lo que me había
querido decir, regresé inmediatamente a casa del maestro para contarle lo que
me acababa de ocurrir. Mas así que hube entrado, exclamó: "¡Oh, Abuabdalá!,
(1) Fotuhat, I, 241.
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