Page 112 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 112
Se sentó a mi lado. Estaba triste, y noté que sus manos, que
mantenía enlazadas, temblaban.
—Elena ¿no sueñas nunca cosas extrañas? —me
dijo, después de reflexionar un instante.
—A veces —contesté.
—También yo. En ocasiones, he soñado cosas que no he
olvidado nunca y que han cambiado mi modo de pensar. Han
pasado por mi alma, modificando su tonalidad, como cuando al
agua se le agrega vino. Y he tenido un sueño de esa clase. Te lo
voy a contar; pero líbrate de sonreír.
—No lo cuente, señorita —le aconsejé. —Ya tenemos aquí
bastantes penas para invocar visiones que nos angustien más.
¡Ea!, alégrese. Mire al pequeño Hareton. ¡Ese sí que no sueña
nada triste! ¿Ve cómo sonríe dulcemente?
—Sí, ¡y también con cuánta dulzura reniega su padre! Supongo
que te acordarás de cuando era como este niño. De todos
modos, tienes que escucharme, Elena. No es muy largo.
Además, no me siento con ánimos para estar alegre esta noche.
—¡No quiero oírlo! —me apresuré a contestar.
Yo era, y soy aún, muy supersticiosa en cuestión de sueños, y el
semblante de Catalina se había puesto tan sombrío, que temí
escuchar el presagio de alguna horrorosa desgracia. Ella se
enfadó, al parecer, y no continuó. Pasó a otro tema, y me dijo:
—Yo sería muy desgraciada si estuviera en el cielo, Elena.
112