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oído de Catalina que seguramente el muchacho había
escuchado parte de nuestro diálogo, y le expliqué que le había
visto salir de la cocina en el momento en que ella se refería al
comportamiento de su hermano con él.
Al oírme, dio un brinco, horrorizada, dejó a Hareton en un
asiento y se lanzó en busca de su compañero sin reflexionar
siquiera en la causa de la turbación que sentía. Tanto tiempo
estuvo ausente, que José propuso que no los esperásemos más,
suponiendo, con su habitual tendencia a pensar mal, que se
quedaban fuera para no tener que asistir a sus largas oraciones
de bendición de la mesa. Añadió, pues, en bien de las almas
jóvenes, una oración más a las acostumbradas, y aún hubiera
aumentado otra en acción de gracias de no haber reaparecido
la señorita ordenándole que saliese enseguida para buscar a
Heathcliff dondequiera que estuviese y hacerle venir.
—Necesito hablarle antes de subir —dijo. —La puerta está
abierta, y él debe de encontrarse lejos, porque le he llamado
desde el corral, y no contesta.
José, aunque hizo algunas objeciones, acabó por ponerse el
sombrero y salir refunfuñando al verla tan excitada que no
admitía contradicción. Catalina empezó a pasearse de un
extremo a otro de la habitación, exclamando:
—¿Dónde estará? ¿Adónde habrá ido? ¿Qué es lo que dije,
Elena? Ya no me acuerdo. ¿Estará mortificado por lo de esta
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