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tarde? ¡Dios mío! ¿Qué habré dicho que le ofendiera? Necesito

                  que venga. Quiero que esté aquí.


                  —¡Qué alboroto para nada! —repuse, aunque me sentía también


                  bastante inquieta. — Se apura usted por poco. No creo que sea

                  motivo de alarma el que Heathcliff pasee por los pantanos a la

                  luz de la luna, o que esté tendido en el granero sin ganas de


                  hablar. A lo mejor está escuchándonos. Voy a ver si lo

                  encuentro.


                  Y salí de nuevo en su busca, pero sin resultado. A José le ocurrió

                  lo mismo.



                  Volvió diciendo:


                  —¡Cuánta guerra da ese muchacho! Ha dejado abierta la verja y

                  la jaca de la señorita se ha escapado a la pradera después de


                  estropear dos haces de trigo. Ya le castigará el amo mañana

                  por esos juegos endemoniados, y hará bien. Demasiada

                  paciencia tiene por tolerar tantos descuidos. Pero no sucederá

                  siempre igual. Lo hemos de ver. ¡Está haciendo todo lo posible


                  para sacar al amo de sus casillas!


                  —Bueno; ¿has encontrado o no a Heathcliff, so bestia? —le

                  interrumpió Catalina. — ¿Le has buscado como te mandé?


                  —Con más gusto hubiera buscado al caballo, y hubiera sido


                  más razonable


                  —respondió. Pero no puedo encontrar ni a uno ni a otro en una

                  noche tan negra como la de hoy. Y si silbo para llamarle, bien








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