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—Porque no es usted digna de ir a él —respondí. —Todos los
pecadores serían muy desgraciados en el cielo.
—No es por esa razón. Una vez soñé que estaba en el cielo.
—Ya le he dicho, señorita, que no quiero enterarme de sus
sueños. Me voy a acostar —interrumpí.
Se echó a reír, y me obligó a permanecer sentada.
—Pues soñé —dijo— que estaba en el cielo; notaba que aquello
no era mi casa, y que, al fin, los ángeles se enfadaron tanto,
que me echaron. Fui a caer en medio de la maleza, en lo más
alto de Cumbres Borrascosas, y me desperté entre lágrimas de
alegría. Ahora, con esa explicación, podrás comprender mi
secreto. El mismo interés tengo en casarme con Eduardo Linton
como de ir al cielo, y si mi malvado hermano no hubiera tratado
tan mal al pobre Heathcliff, yo no habría pensado en ello nunca.
Para mí sería una humillación casarme con Heathcliff, pero él
nunca llegará a saber cuánto le quiero, y no porque sea guapo,
sino porque hay más de mí en él que en mí misma. No sé de qué
estarán hechas nuestras almas; pero, sean de lo que sea, la
suya es igual a la mía, y, en cambio, la de Eduardo es tan
diferente como el relámpago lo es de la luz o de la luna, o el
hielo del fuego.
Antes de que ella hubiese terminado de hablar, noté la
presencia de Heathcliff, que en aquel momento se incorporaba
y salía. Sólo había escuchado hasta que oyó decir a Catalina
que la humillaría casarse con él. Inmediatamente se levantó y
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