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aminorar su aversión, o, por lo menos, soportarle. Y lo hará

                  cuando conozca mis verdaderos sentimientos. Ya lo veo, Elena,

                  que me consideras una egoísta, pero debes comprender que si


                  Heathcliff y yo nos casáramos tendríamos que vivir como unos

                  mendigos. En cambio, si me caso con Linton, puedo ayudar a

                  Heathcliff a que se libre de la opresión de mi hermano.



                  —¿Con el dinero de su esposo, señorita? No será eso tan fácil

                  como usted cree. No tengo autoridad para opinar, pero me

                  parece que ese motivo es el peor de cuantos ha dado para

                  explicar su matrimonio con el señorito Eduardo.



                  —No —repuso ella. —Es el mejor. Los otros se referían a

                  satisfacer mis caprichos y a complacer a Eduardo... Yo no

                  puedo hacerme comprender, pero creo que tú y todos tenéis la


                  idea de que después de esta vida hay otra. ¿Para qué había yo

                  de ser creada, si antes de serlo ya estaba enteramente

                  contenida aquí? Todos mis dolores en este mundo han

                  consistido en dolores que ha sufrido Heathcliff, y los he seguido


                  paso a paso desde que empezaron. El pensar en él llena toda mi

                  vida. Si el mundo desapareciera y él se salvara, yo seguiría

                  viviendo; pero si desapareciera él y lo demás continuara igual,

                  yo no podría vivir. Mi amor a Linton es como las hojas de los


                  árboles, y bien sé que cambiará con el tiempo; pero mi cariño a

                  Heathcliff es como son las rocas de debajo de la tierra, que

                  permanecen eternamente iguales sin cambiar jamás. Es un


                  afecto del que no puedo prescindir. ¡Elena, yo soy Heathcliff! Le

                  tengo constantemente en mi pensamiento, aunque no siempre






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