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médico había recomendado que no se la contrariase, y ella
consideraba que cometíamos un crimen cuando la
contradecíamos en algo. No trataba tampoco a su hermano ni
a los amigos de su hermano. Hindley, a quien Kennett había
hablado sinceramente, procuraba dominar sus arrebatos y no
excitar el mal carácter de Catalina. Incluso se portaba con
demasiada indulgencia, aunque más que por afecto lo hacía
porque deseaba que ella honrase a la familia casándose con
Linton. Le importaba muy poco que Catalina nos tratara a
nosotros como esclavos, siempre que no le importunase a él.
Eduardo Linton se sintió tan entontecido como tantos otros lo
han estado antes que él y lo seguirán estando en lo sucesivo, el
día en que llevó al altar a Catalina, tres años después de la
muerte de sus padres.
Contra mi gusto, me obligaron a abandonar Cumbres
Borrascosas para acompañar a la joven señora. El pequeño
Hareton tenía entonces cinco años y yo había empezado a
enseñarle a leer. La despedida fue muy triste. Pero las lágrimas
de Catalina pesaban más que las nuestras. Al principio no quise
marcharme con ella, y viendo que sus ruegos no me conmovían
fue a quejarse a su novio y a su hermano. El primero me ofreció
un magnífico sueldo y el segundo me ordenó que me largase,
ya que no necesitaba mujeres en la casa, según dijo. De
Hareton se haría cargo el cura. Así que no tuve más remedio
que obedecer. Dije al amo que lo que se proponía era alejar de
su lado todas las personas decentes para precipitarse más
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