Page 129 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 129
enamoradísima del señor Linton y también demostraba mucho
afecto a su hermana. Verdad es que ellos eran muy buenos
para con Catalina. Aquí no se trataba del espino inclinándose
hacia la madreselva, sino de la madreselva abrazando al
espino. No es que los unos se hiciesen concesiones a los otros,
sino que ella se mantenía de pie y los otros se inclinaban.
¿Quién va a demostrar mal genio cuando no encuentra
oposición en nadie? Yo notaba que el señor Linton tenía un
miedo terrible a irritarla. Procuraba disimularlo ante ella; pero si
me oía contestarle destempladamente, o veía molestarse a
algún criado cuando recibía alguna orden imperiosa de su
mujer, expresaba su descontento con un fruncimiento de cejas
que no era corriente en él cuando se trataba de cosas que le
afectasen personalmente. A veces me reprendía mi acritud,
diciéndome que el ver disgustada a su esposa le producía peor
efecto que recibir una puñalada. Procuré dominarme, a fin de
no contrariar a un amo tan bondadoso. Durante medio año, la
pólvora, al no acercarse a ella ninguna chispa, permaneció tan
inofensiva como si fuese arena. Eduardo respetaba los accesos
de melancolía y taciturnidad que invadían de cuando en cuando
a su esposa, y los atribuía a un cambio producido en ella por la
enfermedad, ya que antes no los había padecido nunca. Y
cuando ella se restablecía, ambos eran perfectamente felices, y
para su marido parecía que hubiera salido el sol.
Pero aquello se acabó. Indudablemente, en el fondo, cada uno
debe mirar por sí mismo. Precisamente los buenos son más
129