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—Dentro de veinte minutos le corresponde tomar la medicina,

                  señor — empezó a decir.


                  — ¡Fuera medicinas! Lo que deseo es...



                  —El médico dice que debe usted suspender los polvos de...


                  —¡Con mucho gusto! Siéntese. No acerque los dedos a esa

                  odiosa hilera de frascos. Saque la labor del bolsillo y continúe


                  relatándome la historia del señor Heathcliff desde el punto en

                  que la suspendió el otro día. ¿Concluyó su educación en el

                  continente y volvió hecho un caballero? ¿O logró ingresar en un

                  colegio? ¿O bien emigró a América y alcanzó una posición


                  exprimiendo la sangre de los naturales de aquel país? ¿O es que

                  se enriqueció más deprisa actuando en los caminos reales de

                  Inglaterra?



                  —Quizá hiciera un poco de todo, señor Lockwood, pero no

                  puedo garantizárselo. Como antes le dije, no sé cómo ganó

                  dinero, ni cómo se las arregló para salir de la ignorancia en que

                  había llegado a caer. Si le parece, continuaré explicándome a


                  mi modo, si cree usted que no se fatigará y que encontrará en

                  ello alguna distracción. ¿Se siente usted mejor hoy?


                  —Mucho mejor.


                  —Esa es una agradable novedad.



                  La señorita Catalina y yo nos trasladamos a la Granja de los

                  Tordos, y ella comenzó portándose mejor de lo que yo

                  esperaba, lo que me sorprendió bastante. Parecía estar








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