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ojos profundos, inconfundibles. Yo recordaba íntegramente la

                  expresión de aquellos ojos.


                  —¡Oh! —exclamé, levantando las manos con asombro, y aun


                  dudando de si debía considerarle como a un visitante corriente.

                  —¿Es posible que sea usted?


                  —Sí; soy Heathcliff —respondió, dirigiendo la vista a las

                  ventanas, en las que se reflejaba la luna, pero de las que no


                  salía ninguna luz. —¿Están en casa?


                  ¿Está Catalina? ¿No te alegras de verme, Elena? No te asustes.

                  Vamos, dime si ella está aquí. Necesito hablar a tu señora.


                  Anúnciale que una persona de Gimmerton desea verla.


                  —No sé lo que le parecerá —dije. —Estoy asombrada. Esto le va

                  a hacer perder la cabeza. Sí; usted es Heathcliff... Pero ¡qué


                  cambiado está! Me parece imposible. ¿Ha sido usted soldado?


                  —Haz lo que te he dicho —me interrumpió impaciente—mente.

                  ¡No puedo esperar más!


                  Entré; pero al llegar al salón donde estaban los señores me


                  quedé parada sin saber qué decir. Al fin les pregunté, como

                  pretexto, si querían que encendiese la luz, y abrí la puerta.


                  Ellos estaban sentados junto a una ventana abierta desde la


                  que se veían los árboles del jardín, las incultas frondas del

                  parque, el valle de Gimmerton cubierto por una franja de

                  bruma... Cumbres Borrascosas se alzaba al fondo, sobre la

                  neblina. Pero la casa no se divisaba, ya que está construida en








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