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pronto en su propia ruina; besé a Hareton y me fui. Desde
entonces, el niño ha sido para mí un extraño. Aunque parezca
mentira, creo que ha olvidado por completo a Elena Dean, y
que no se acuerda de aquellos tiempos en que él lo era todo en
el mundo para ella y ella todo en el mundo para él.
Al llegar a esta altura de su relato mi ama de llaves miró el reloj
y se asombró de ver que las manillas marcaban la una y media.
Se negó a seguir sentada ni un segundo más, y, en verdad, yo
me sentía también bastante propicio a que su relato se
aplazase. Ahora que se ha ido, voy a decidirme a acostarme, a
pesar del entorpecimiento que invade mis músculos y mi
cabeza.
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