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—Lo mismo digo —repuso Heathcliff. —Pasaré con mucho gusto
aquí una o dos horas.
Catalina no apartaba los ojos de él, como si temiese que se
desvaneciera cuando dejara de contemplarle. Heathcliff sólo la
miraba de cuando en cuando, y en sus ojos se pintaba el placer
que le producía el volver a ver a su amiga. Estaban tan
satisfechos, que ni siquiera les quedaba lugar para sentirse
turbados. El señor Linton, al contrario, palidecía cada vez más, y
su enojo llegó al extremo cuando su mujer se puso en pie, cruzó
la habitación, cogió las manos de Heathcliff y comenzó a reír.
—Mañana pensaré haber soñado —exclamó. —Me parecerá
imposible haberte visto, tocado y oído otra vez. No te merecías
esta acogida, Heathcliff.
¡En tres años de ausencia, en ninguna ocasión te has acordado
de mí!
—Más de lo que tú hayas pensado en mí, Catalina. Hace poco
me enteré de tu matrimonio, y entonces, mientras esperaba
abajo, sólo tenía un pensamiento: verte, contemplar tu mirada
de sorpresa y de acaso fingido placer, arreglar las cuentas que
tengo pendientes con Hindley y quitarme de en medio por mis
propias manos. El modo que has tenido de recibirme ha
disipado estas ideas en mí; pero procura no recibirme la
próxima vez de otro modo. Mas no... Creo que no me despedirás
otra vez. ¿Te disgustó mi ausencia realmente? Había motivos.
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