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—Cuando salimos a pasear con el señor Heathcliff me dijiste

                  que podía irme a donde quisiera para quedarte sola con él.


                  —¿Y a eso le llamas dureza? Era una indirecta para que nos


                  dejaras solos, porque nuestra conversación no era interesante

                  para ti —dijo Catalina, riendo


                  —No —replicó la joven. —Querías que me fuera porque sabías

                  que me agradaba estar allí.



                  —¿Se habrá vuelto loca? —me dijo la señora Linton. —Voy a

                  repetir nuestra conversación, palabra por palabra, Isabel, y

                  luego me dirás qué interés podía ofrecerte.



                  —No me importaba la conversación —repuso Isabel. Lo que me

                  interesaba era estar con...


                  —¿Con...? —interrogó Catalina.



                  —Con él, y por eso me hiciste marcharme —repuso Isabel. —Tú

                  obras como el perro del hortelano, Catalina, y no puedes

                  soportar que amen a nadie más que a ti misma.


                  —Eres una impertinente —dijo la señora Linton. No puedo creer


                  en tanta estupidez. ¿Es posible que desees que Heathcliff te

                  admire y que le consideres un hombre agradable? Supongo que

                  no...


                  —Le amo más de lo que tú puedas amar a Eduardo —contestó


                  la muchacha —, y estoy segura de que él me amaría si tú no te

                  mezclaras entre ambos.










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