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—¿No me crees? ¿Te figuras que hablo así por egoísmo?
—Estoy segura —respondió Isabel—, y me horroriza verte.
—Está bien —contestó Catalina. —Yo te he hablado lo que
debía. Ahora, haz lo que te parezca bien.
—¡Cuánto egoísmo tengo que aguantar! —exclamó Isabel,
llorando, cuando su cuñada salió de la habitación. —Todos se
ponen contra mí. Ella ha mentido, ¿no es cierto, Elena? El señor
Heathcliff es un alma digna y sincera, y no un demonio. De lo
contrario, no hubiera vuelto a acordarse de Catalina.
—No piense más en él, señorita —le aconsejé. —El señor
Heathcliff es un pájaro de mal agüero: no le conviene a usted.
No puedo negar que es verdad cuanto ha dicho la señora
Linton. Ella lo conoce mejor que yo y que nadie, y nunca le
hubiera pintado más malo de lo que es. Las personas honradas
no ocultan sus actos. Y él, ¿cómo se ha enriquecido? ¿Qué hace
en Cumbres Borrascosas, en donde vive el hombre a quien
aborrece? Se asegura que el señor Earnshaw marcha cada vez
peor desde que vino Heathcliff. Ambos se pasan la noche en
vela. Hindley ha hipotecado todas sus tierras y no hace más
que jugar y beber. Me enteré de ello hace una semana; me lo
contó José, a quien encontré en Gimmerton. Me dijo: «Vamos a
acabar viendo al juzgado en casa, Elena. El uno, antes se
dejaría cortar un dedo que ayudar al otro a salir del pantano en
que se hunde más cada vez. Y éste es el amo, Elena. Y la cosa
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