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C A P Í T U L O XXI
Pasamos el día ocupados en consolar a la pequeña Cati. Se
levantó muy temprano, impaciente por ver a su primo, y tanto
lloró y se lamentó al saber que se había marchado, que
Eduardo tuvo que consolarla, prometiéndole que el niño volvería
en breve, si bien añadió: «Si lo consigo» Algo la calmó con esta
promesa, y, sin embargo, tanto puede el tiempo, que cuando
volvió a ver a Linton le había olvidado, hasta el punto de no
reconocerle.
Siempre que yo encontraba a la criada de Cumbres
Borrascosas le preguntaba por el niño, y ella me solía contestar
que vivía casi tan encerrado como Cati, y que rara vez se le
veía. Su salud seguía siendo delicada, y resultaba un huésped
bastante molesto. El señor Heathcliff le quería cada vez menos,
a pesar de que trataba de disimularlo. Le molestaba su voz y no
podía aguantar largo tiempo su presencia. Hablaba poco con
él. Linton estudiaba y pasaba las tardes en una salita, cuando
no se quedaba en cama, ya que era muy frecuente que sufriese
catarros, accesos de tos y todo género de dolencias.
—No he visto otro ser más melindroso ni más apocado —decía
la criada.
—Si dejo la ventana un poco abierta por la tarde, se pone fuera
de sí, como si fuese a entrar la muerte por ella. En pleno verano
necesita estar junto al fuego, le incomoda el humo de la pipa de
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