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—Exactamente —dijo Heathcliff. —Cállate, Elena. Le gustará ver
nuestra casa. Hareton, vete delante con la muchacha. Tú ven
conmigo, Elena.
—No irá a semejante sitio —grité. Y traté de soltarme de
Heathcliff, que me había cogido por un brazo. Pero Hareton
había desaparecido por un lado del camino.
—Esto es un atropello, señor Heathcliff —le reproché—. Ella verá
a Linton; cuando volvamos le contará a su padre y todas las
culpas me las cargaré yo.
—Deseo que vea a Linton —repuso. —Está estos días de mejor
aspecto. No será difícil conseguir que la muchacha no hable de
la visita... ¿Qué mal hay en ello?
—Hay el mal de que su padre me odiaría si supiese que la he
dejado entrar en casa de usted. Además, estoy segura de que
usted lleva algún mal fin — repliqué.
—Mi fin es honradísimo —dijo—, y te lo voy a declarar. Quiero
que los dos primos se enamoren y se casen. Ya ves que soy
generoso con tu amo. La chica no tiene otras perspectivas. Si
ella se casara con Linton, la designaría como coheredera.
—Lo sería de todos modos si Linton muriese —repuse—, y ya
sabe usted que la salud de éste es muy precaria.
—No lo sería —replicó—, porque ninguna cláusula del
testamento lo menciona, y yo sería el heredero. Pero para evitar
pleitos, quiero que se casen.
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