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cuando se ruborice ella, háblale con dulzura y no lleves las
manos en los bolsillos. Anda, trátala todo lo mejor que puedas.
Y miró a la pareja cuando pasaron ante la ventana. Hareton no
miraba a su compañera, y parecía tan atento al paisaje como
un pintor o un turista. Cati le miró a su vez de un modo muy
poco lisonjero. Después se dedicó a encontrar objetos que
atrajesen su interés, y, a falta de conversación, canturreaba.
—Con lo que le he dicho —indicó Heathcliff—, verás cómo no
pronuncia ni una palabra. Elena, cuando yo tenía su edad o
poco menos, ¿era tan estúpido como él?
—Era usted peor —precisé—, porque era usted aún más huraño.
—¡Cuánto me satisface verle así! —siguió Heathcliff, expresando
sus pensamientos en voz alta. —Ha colmado mis esperanzas. Si
hubiese sido un tonto de nacimiento, no estaría tan contento.
Pero no es tonto, no, y comprendo todos sus sentimientos, ya
que yo mismo antes que él los he experimentado. Ahora me
hago cargo de cuánto padece, aunque no es, por supuesto,
más que un principio de lo que padecerá después. Y no logrará
desprenderse jamás de su zafiedad y su ignorancia. Lo he
hecho todavía más vil de lo que su miserable padre quiso
hacerme a mí. Le he acostumbrado a despreciar cuanto no es
brutal, y llega al extremo de vanagloriarse de su rudeza. ¿Qué
pensaría Hindley de su hijo si pudiera verle? ¡Estaría tan
orgulloso de él como yo del mío! Con la diferencia de que
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