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—Y yo no quiero que ella entre en esa casa conmigo —respondí.
Catalina había llegado ya a la verja. Heathcliff aconsejó que me
tranquilizase y nos precedió por el sendero. La señorita le
miraba como pretendiendo darse cuenta de qué clase de
hombre era; pero él le correspondía con sonrisas, y al hablarle
suavizaba su voz. Llegué a imaginar que la memoria de la
madre le hacía simpatizar con la joven. Encontramos a Linton
junto al fuego. Venía de pasear por el campo, tenía aún puesta
la gorra y en aquel momento estaba pidiendo a José calzado
seco. Le faltaban pocos meses para cumplir los dieciséis años, y
estaba muy crecido para su edad. Seguía teniendo bellas
facciones, y en sus ojos y en su piel se notaban los saludables
efectos del aire y el sol que acababa de tomar durante su
paseo.
—¿Le conoce? —preguntó Heathcliff a Cati.
—¿Es su hijo? —dijo ella mirando, dudosa, a los dos.
—Sí; pero ¿cree que es la primera vez que le ve? Haga memoria.
Linton,
¿no te acuerdas de tu prima?
—¿Linton? —exclamó Catalina, agradablemente sorprendida.
¿Es éste el pequeño Linton de antes? Pero ¡si está más alto que
yo!
Él se adelantó hacia ella, se besaron y ambos se miraron
asombrados del cambio que habían experimentado los dos.
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