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Hareton es oro en bruto que hace el papel de ladrillo y este otro
es latón que hace menesteres de vajilla de plata. El mío no vale
nada, y, sin embargo, le haré que prospere todo cuanto se lo
permitan sus cualidades. El otro tiene excelentes cualidades,
que le he hecho desperdiciar. ¡Y lo grande es que Hareton me
quiere como un condenado! En esto he vencido a Hindley. ¡Si el
granuja pudiera levantarse de su sepultura para venir a
echarme en cara el mal que he hecho a su hijo, éste sería el
primero en venir a defenderme, ya que me considera como el
mejor amigo que pudiera tener en el mundo!
Esta idea hizo soltar a Heathcliff una carcajada diabólica. No le
repliqué, ni él lo esperaba. Mientras tanto, Linton, que estaba
sentado harto lejos de nosotros para poder oír nuestra
conversación, empezó a agitarse y a dar muestras de que
lamentaba no haber salido con Cati. Su padre distinguió cómo
miraba hacia la ventana. La mano del muchacho se dirigía,
irresoluta, hacia su gorra.
—¡Vamos, perezoso, levántate! —dijo con fingida bonachonería.
—Vete con ellos. Están junto a las colmenas.
Linton reunió sus energías y abandonó el hogar. Cuando salía,
oí por la ventana, que estaba abierta, cómo Cati preguntaba a
Hareton el significado de la inscripción que había sobre la
puerta. Pero Hareton levantó los ojos y se rascó la cabeza como
hubiera hecho un verdadero rústico.
—No sé leer ese condenado escrito —contestó.
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