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Tuve que renunciar a mi intento de disuadirla de su
equivocación. No habló de la visita aquella noche, porque no
vio al señor Linton. Pero al día siguiente le soltó todo, y aunque,
por un lado, esto me disgustaba, me complacía, por otro,
pensar que el señor acertaría a aconsejarla mejor que yo.
—Papá —dijo Cati, después de saludarle—, ¿a quién crees que vi
ayer cuando salí de paseo? Noto que te estremeces. Claro;
como no obré bien... Escúchame y sabrás cómo he descubierto
que tú y Elena me estabais engañando diciéndome que Linton
vivía muy lejos, a la vez que afectaban compadecerme cuando
yo seguía hablando de él.
Contó todo lo sucedido. El señor no dijo nada hasta que ella
terminó, y sólo de cuando en cuando me miraba con expresión
de reproche. Al final le preguntó si conocía las razones por las
que le había ocultado la proximidad de Linton.
—Porque tú no quieres al señor Heathcliff —contestó ella. —¿De
modo que piensas, Cati, que me preocupan más mis
sentimientos que los tuyos? No es que yo no quiera al señor
Heathcliff, sino que él no me quiere a mí. Además, es el hombre
más diabólico que ha existido, y se goza en dañar y arruinar a
los que odia, aunque no le den motivo para ello. Yo sabía que
no podías tratar a tu primo sin tratarle a él, y me constaba que
él te odiaría por ser hija mía. Por eso y por tu propio bien
procuré impedir que le vieses. Me proponía explicártelo cuando
fueras mayor, y lamento no habértelo dicho antes.
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