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—¿No hay nada que puedas enseñar a tu prima? ¿Ni un mal

                  conejo o un nido de comadrejas? Anda, hombre; deja de

                  cambiarte el calzado, llévala al jardín y enséñale tu caballo.



                  —¿No prefieres sentarte aquí? —preguntó él a Cati, indicando

                  en su tono la poca gana que tenía de moverse.


                  —No sé... —contestó ella, dirigiendo a la puerta una mirada que

                  indicaba que prefería hacer algo a sentarse.



                  Pero él se acomodó en su silla y se aproximó más al fuego.

                  Heathcliff se fue a buscar a Hareton. Se notaba que el joven

                  acababa de lavarse en sus mejillas brillantes y su cabello


                  mojado.


                  —Quiero hacerle una pregunta, tío —dijo Catalina. —Este no es

                  primo mío, ¿verdad?


                  —Sí —contestó él. —Es sobrino de tu madre. ¿No te agrada?


                  Catalina le miró con extrañeza.


                  —¿No es un buen mozo? —siguió Heathcliff.


                  La joven se alzó sobre las puntas de los pies y habló a


                  Heathcliff al oído. Él se echó a reír. Hareton se puso sombrío, y

                  yo reparé en que era muy suspicaz para algunas cosas.


                  Pero Heathcliff le tranquilizó al decirle:



                  —¡Ea, Hareton, te preferimos a ti! Me ha dicho que eres un... ¿un

                  qué? Bueno, no me acuerdo... Una cosa agradable. Acompáñala

                  a dar una vuelta y pórtate como un gentil hombre. No digas

                  palabrotas, no la mires cuando ella no te mire a ti, ruborízate






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