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—¿Así que usted supone que su papá es digno de mucha

                  estimación y respeto? —le preguntó él irónicamente.


                  —¿Quién es usted? —repuso ella mirando a Heathcliff con


                  curiosidad. —A ese hombre ya le he visto otra vez. ¿Es hijo

                  suyo?


                  Y señalaba a Hareton, a quien los dos años transcurridos le

                  habían hecho ganar en fuerza y estatura; pero que continuaba


                  por lo demás tan torpe como antes.


                  —Señorita Cati —intervine—, tenemos que volver. Hace tres

                  horas que salimos de casa.



                  —No, no es mi hijo —contestó Heathcliff. —Pero tengo uno, y

                  también le conoce usted. Aunque su aya tenga prisa, creo que

                  sería mejor que vinieran a descansar un poco a casa. Sólo con


                  dar la vuelta a esta colina ya estamos allí. Será usted bien

                  recibida, descansará un poco y volverá a la Granja en cuanto

                  quiera.


                  Yo insistí a Cati para que no aceptáramos la invitación, pero


                  ella respondió:


                  —¿Por qué no? Estoy cansada y no vamos a sentarnos aquí. El

                  suelo está húmedo. ¡Anda, Elena! Dice, además, que conozco a

                  su hijo. Yo creo que se equivoca. Vive en aquella casa donde


                  estuve cuando volví de la peña de Penniston, ¿no?















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