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—Es un poco más allá, solo un poco —repetía invariablemente.
— Ahora sube esa colina, bordea esa orilla y verás qué pronto
hago que los pájaros echen a volar.
Pero tantas colinas había que subir y tantas orillas que bordear,
que al fin, me cansé y le grité que era necesario volverse ya.
Pero no me oyó, porque se había adelantado mucho, y la tuve
que seguir contra mi deseo. Empezó a descender una
hondonada. En aquel momento estábamos más cerca de
Cumbres Borrascosas que de su casa. De pronto vi que la
habían abordado dos personas y en una de ellas reconocí al
propio Heathcliff.
Habían sorprendido a Cati en el acto de coger, o al menos
dispersar, unos nidos de aves. Aquellas extensiones pertenecían
a Heathcliff y él estaba amonestando a la cazadora furtiva.
—No he cogido pájaro alguno —dijo ella, enseñando sus manos
para demostrarlo. — Papá me dijo que anidaban aquí y quería
ver cómo son sus huevos.
Yo llegaba en aquel momento. Heathcliff me miró
maliciosamente y le preguntó:
—¿Quién es su papá?
—El señor Linton, de la Granja de los Tordos —repuso ella. —Ya
he supuesto que usted no me conocía, pues de lo contrario no
me hubiera hablado de esa forma.
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