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resolví ir a buscarla a su aposento y aconsejarla que se

                  estuviese conmigo, ya que si se sentía fatigada podía tenderse

                  en el sofá. Pero en su habitación no encontré rastro alguno de


                  ella. Los criados me dijeron que no la habían visto. Escuché a la

                  puerta del señor. El silencio era absoluto. Volví a su habitación,

                  apagué la luz y me senté junto a la ventana.



                  Hacía una luna espléndida. Una ligera capa de nieve cubría el

                  suelo. Pensé que acaso la joven habría resuelto bajar al jardín a

                  tomar el aire. Al ver una figura que se deslizaba junto a la tapia

                  creí que era la señorita, pero cuando salió de la sombra


                  reconocí a uno de los criados. Durante un trecho oteó la

                  carretera, después salió de la finca y volvió a aparecer llevando

                  de la brida a Minny. La señorita iba a su lado. El criado condujo

                  cautelosamente la jaca a la cuadra. Cati entró por la ventana


                  del salón y subió sigilosamente a la alcoba. Cerró la puerta y se

                  quitó el sombrero. Cuando estaba despojándose del abrigo yo

                  me levanté de pronto. Al verme, la sorpresa la dejó inmóvil.



                  —Mi querida señorita Catalina —le dije, aunque me sentía tan

                  agradecida por lo bien que me había cuidado que me faltaban

                  las fuerzas para reprenderla.



                  —¿Adónde ha ido usted a estas horas? ¿Por qué se empeñó en

                  engañarme? Dígame dónde ha estado.


                  —No he ido más que hasta el final del parque —dijo. —¿No ha

                  ido a otro sitio?



                  —No.






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