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—¡Oh, Catalina! —exclamé disgustada. —Bien sabe usted que ha
obrado mal, porque de lo contrario no me diría esa mentira. No
sabe cuánto me afecta. Preferiría estar tres meses enferma,
que oír decir una cosa falsa.
Se acercó a mí y me abrazó.
—No te enfades, Elena —me dijo. —Te lo contaré todo.
Le prometí que no la reñiría, y nos sentamos junto a la ventana.
Ella empezó su relato.
—Desde que enfermaste, Elena, he ido diariamente a Cumbres
Borrascosas, excepto tres días antes y dos después de haber
salido tú de tu cuarto. A Miguel le soborné para que me sacase
a Minny de la cuadra todas las noches, dándole estampas y
libros. No le reñirás a él tampoco, ¿verdad? Solía llegar a las
Cumbres a las seis y media y me estaba dos horas. Luego
volvía a casa galopando. No creas que era una diversión, más
bien me he sentido desgraciada allí en muchas ocasiones. Si
acaso, me he sentido feliz a lo sumo una vez por semana. Como
el primer día que te quedaste en cama yo había convenido con
Linton en volver a verle, aproveché la oportunidad. Pedí a
Miguel la llave del parque, asegurándole que tenía que visitar a
mi primo, ya que él no podía venir porque su presencia no le
agradaba a papá. Después hablamos de lo de la jaca, y le
ofrecí libros, sabiendo que es aficionado a leer. No puso
muchas dificulta—des en complacerme, porque, además,
piensa despedirse pronto para casarse.
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