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probaríamos ambos sistemas, y nos besamos y quedamos
amigos.
»Estuvimos sentados cosa de una hora, y luego, pensando yo
que podríamos jugar en aquel salón tan amplio si quitábamos
la mesa, se lo dije a Linton, proponiéndole jugar a la gallina
ciega (como he hecho contigo a veces,
¿te acuerdas, Elena?) y llamar a Zillah para que se divirtiese con
nosotros. Él no quiso, pero accedió a que jugásemos a la pelota.
En un armario lleno de juguetes viejos encontramos dos. Una
tenía marcada una C y otra una H, yo quería la C, porque
significaba Catalina, pero él no quiso la otra porque estaba
medio rota. Le gané siempre, se puso de mal humor y volvió a
sentarse. Le canté dos o tres canciones de las que tú me has
enseñado y recobró el buen humor. Al irme me rogó que
volviese al día siguiente, y se lo prometí. Monté en Minny y
regresamos veloces como el viento. Pasé la noche soñando en
Cumbres Borrascosas y en mi querido primo.
»Al día siguiente me encontré algo triste, tanto porque estabas
enferma como porque me hubiese agradado que papá tuviera
noticias de mis paseos y consintiera en ellos. Pero la tristeza se
disipó en cuanto estuve a caballo.
»Esta noche me sentiré feliz también —pensaba yo—, y Linton,
mi hermoso Linton, también.
»Cuando subía trotando por el jardín de las Cumbres salió a mi
encuentro aquel Earnshaw, cogió las bridas y acarició el cuello
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