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»Estoy muy disgustado, señorita Catalina —empezó a decir—,
pero es que...
»Yo, temiendo que quisiera asesinarme, le di un latigazo. Me
soltó y profirió horribles maldiciones. Volví a casa al galope,
medio enajenada.
»Aquella noche no te vine a ver ni al día siguiente volví a
Cumbres Borrascosas, aunque lo deseaba mucho. Temía oír
decir que Linton había muerto, y me espantaba la idea de
encontrarme con Hareton. En fin: al tercer día reuní mis fuerzas
y me atreví otra vez a escaparme. Fui a pie, creyendo que
podría deslizarme sin que me vieran hasta el cuarto de Linton.
Pero los perros delataron mi presencia con sus ladridos. Zillah
me recibió diciéndome que el muchacho estaba mucho mejor, y
me llevó a su cuartito, limpio y bien alfombrado, donde
encontré a Linton leyendo el libro que le llevé. Pero tenía tan
mal humor que se pasó una hora sin abrir la boca, y cuando al
fin lo hizo fue para decirme que yo era la culpable de todo y no
Hareton. Entonces me levanté, y, sin contestarle salí. Me llamó,
pero no hice caso y me fui resuelta a no visitarle más. Pero al
otro día me resultaba tan penoso irme a acostar sin saber de él,
que mi decisión se esfumó antes de que llegase a madurar.
Cuando Miguel me preguntó si ensillaba a Minny contesté
afirmativamente, y a poco galopaba hacia las colinas. Como
para entrar en el patio tenía que pasar ante la fachada, no era
oportuno ocultar mi presencia.
»—El señorito está en el salón —me dijo Zillah.
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