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Me dolía pensar en el mal carácter de Linton, que incomodaría

                  siempre a sus amigos y le haría padecer a sí mismo.


                  »Desde aquella noche le visité siempre en su habitación. Su


                  padre había regresado al día siguiente. Que yo recuerde sólo

                  tres días hemos estado en buena relación y fuimos felices, el

                  resto de nuestras entrevistas han transcurrido


                  angustiosamente, ora por el egoísmo que Linton demuestra, o

                  bien por lo que dice que sufre. Pero me he acostumbrado ya, y

                  no me disgusto. En cuanto al señor Heathcliff, procura

                  deliberadamente no encontrarse conmigo. El domingo, al llegar,


                  le oí injuriar a Linton por el modo que había tenido de

                  comportarse conmigo el día anterior. No sé cómo lo sabría, a no

                  ser que estuviera escuchando. Linton, en efecto, me había

                  molestado. Yo entré y le dije a Heathcliff que eso era cosa mía


                  exclusivamente. Él se echó a reír y me contestó que se alegraba

                  de que yo tomase la cosa de este modo. Recomendé a Linton

                  que en lo sucesivo me dijera en voz baja las cosas que pudieran


                  hacer creer a los demás que reñíamos.


                  »Ya lo has oído bien, Elena. Si dejo de ir a las Cumbres habrá

                  dos personas que sufran. Si no se lo dices a papá y sigo yendo,

                  nadie sufrirá nada. ¿Verdad que no se lo dirás? Sería una


                  crueldad muy grande.


                  —Ya lo pensaré, señorita —repuse. —No quiero contestarle sin

                  pensarlo.












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