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rogaba que no se obstinase en separarle por más tiempo de
Catalina.
«No pretendo —decía con sencilla elocuencia— que Cati me
visite aquí, pero le suplico que la acompañe usted alguna vez
paseando hacia Cumbres Borrascosas y que nos permita hablar
un poco en su presencia. No hemos hecho nada que justifique
esta separación, y usted mismo lo reconoce. Querido tío,
mándeme una nota mañana diciéndome en qué sitio que no
sea la Granja de los Tordos quiere que nos encontremos. Espero
que usted se convenza de que no tengo el carácter de mi padre.
Él afirma que tengo más de sobrino de usted que de hijo suyo.
Aunque mis defectos me hagan indigno de Cati, ya que ella me
los perdona, usted debía seguir su ejemplo. Mi salud va
mejorando; pero ¿cómo voy a curarme mientras esté rodeado
de seres que no me han querido ni querrán nunca?»
A Eduardo le hubiera complacido acceder, pero no se sentía con
fuerzas para acompañar a su hija. Escribió a su sobrino
diciéndole que aplazasen las entrevistas para el verano, y que,
entretanto, no dejase de escribirle, y que él le aconsejaría y
haría en su obsequio cuanto pudiese.
Linton, de por sí, tal vez lo hubiera echado todo a perder con
sus quejas; pero sin duda le vigilaba su padre, ya que el
muchacho se amoldó a todo, y en sus cartas se limitaba a decir
que le angustiaba mucho la separación de su prima, y que
deseaba que su padre les procurase una entrevista lo antes
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