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—Estoy mejor —respondió él, ahogándose, temblando, mientras
le cogía la mano, como en busca de apoyo, y fijaba en ella sus
ojos azules.
—Entonces es que has empeorado desde la última vez que te vi
—insistió su prima. —Estás más delgado, y...
—Es que estoy cansado —repuso el joven. Sentémonos: hace
demasiado calor para pasear. Suelo encontrarme mal por las
mañanas. Papá dice que es que estoy creciendo muy deprisa.
Cati, disgustada, se sentó, y él se acomodó a su lado.
—Esto se parece al paraíso que tú anhelabas —dijo la joven,
esforzándose en bromear. —¿No te acuerdas que convinimos en
pasar dos días, uno como a ti te agradara y otro a mi gusto? Lo
de hoy es tu ideal, aparte de que hay nubes; pero eso resulta
más bonito que el sol... Si la semana que viene te encuentras
bien, iremos a caballo al parque de la Granja y pondremos en
práctica mi concepto del paraíso.
Se notaba que Linton no recordaba nada de lo que ella le decía,
y que le costaba mucho trabajo mantener una conversación.
Demostraba tal falta de interés, que Cati no podía ocultar su
desilusión. La volubilidad del joven, que, con mimos y caricias,
solía hacerse acreedor al cariño, se había convertido ahora en
una apática dejadez. En lugar de su desgana infantil de antes,
se apreciaba en él el pesimismo amargo del enfermo incurable
que no quiere ser consolado y que considera insultante la
alegría de los demás. Catalina reparó que él consideraba
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