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posible, ya que, si no, pensaría que pretendía entretenerle con
vanas esperanzas.
Tenía en nuestra casa una poderosa aliada en la persona de
Cati, así que entre los dos acabaron convenciendo al señor de
que una vez a la semana les dejase dar un paseo a caballo por
los pantanos bajo mi vigilancia. Cuando llegó junio, el señor se
encontraba peor aún. Cada año guardaba una parte de sus
rentas para aumentar los bienes de su hija; pero sentía el
natural deseo de que ella, cuando él faltase, no tuviese que
abandonar la casa paterna. El mejor medio de conseguirlo era
que se casase con el heredero legal. No podía suponer que el
joven Linton se consumía casi tan rápidamente como él, porque
como ningún médico iba a las Cumbres, no había posibilidad de
saber noticia alguna del verdadero estado del muchacho. Yo
misma, viendo que él hablaba de pasear a caballo por los
pantanos con tanta seguridad, creí que acaso se engañasen
mis suposiciones, por—que no me cabía en la cabeza que un
padre tratase con tal crueldad a un hijo moribundo, como luego
averigüé que Heathcliff le había tratado, empeñándose en que
sus planes se realizaran antes de que la muerte del muchacho
los impidiera.
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