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Cogió el brazo de Cati y quiso retenerla, pero ella se soltó
presurosamente y llamó a Minny, que acudió enseguida.
—¡El jueves volveré, Linton! —gritó. —¡Adiós! ¡Vamos, Elena!
Y nos fuimos. Él casi no reparó en nuestra marcha. Tanta era la
preocupación que le producía la llegada de su padre.
En el camino, Cati sintió, en lugar del disgusto que la había
invadido, una especie de compasión y sentimiento, combinado
con dudas sobre las verdaderas circunstancias mentales y
físicas en que se hallaba Linton. Yo participaba de ellas, pero le
aconsejé que reservásemos nuestro juicio hasta la siguiente
entrevista. El señor nos pidió que le contáramos lo sucedido.
Cati se limitó a transmitirle la expresión de la gratitud de su
sobrino, refiriéndose muy someramente a lo demás. Yo la imité,
porque, en realidad, no sabía qué decir.
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