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—¿Cuánto tiempo crees que vivirá? —me preguntó.


                  –No sé. Es que —prosiguió, mirando a Linton, que no se atrevía

                  ni a levantar la cabeza (y la propia Cati parecía estar en el


                  mismo caso bajo el poder de su mirada)— se me figura que

                  este muchacho va a darme mucho que hacer aún, y sería de

                  desear que su tío se largase de este mundo antes que él.


                  ¿Cuánto hace que este cachorro se dedica a esos lloros? Ya le


                  he dado algunas leccioncitas de llanto. ¿Suele encontrarse a

                  gusto con la muchacha?


                  —¿A gusto? Lo que se muestra es angustiadísimo. Creo que, en


                  vez de pasear por el campo con su novia, debía estar en la

                  cama cuidadosamente atendido por un médico.


                  —Así sucederá dentro de dos días —respondió Heathcliff. —


                  ¡Linton, levántate! ¡No te arrastres por el suelo!


                  Linton había vuelto a dejarse caer, sin duda asustado por la

                  mirada de su padre. Trató de obedecerle, pero sus escasas

                  fuerzas se habían agotado, y volvió a caer lanzando un gemido.


                  Su padre le incorporó y le hizo recostarse sobre un pequeño

                  talud recubierto de césped.


                  —Levántate, maldito —dijo brutalmente, aunque procuraba

                  reprimirse.



                  —Lo intentaré, padre —respondió, jadeando—; pero déjame

                  solo. Cati, dame la mano. Ella te podrá decir que... estuve

                  alegre, como tú querías.








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