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cierto es que el muchacho estaba espantado y con todas las
apariencias de volverse loco si el acceso nervioso aumentaba.
Llegamos, pues, a la casa. Cati entró y yo permanecí fuera
esperándola, pero el señor Heathcliff me empujó y me forzó a
entrar, diciéndome:
—Mi casa no está apestada, Elena. Me siento hospitalario. Pasa.
Con tu permiso, voy a cerrar la puerta.
Y echó la llave. Yo sentí un vuelco en el corazón.
—Tomaréis el té antes de volveros —siguió diciendo. —Hoy
estoy solo. Hareton ha salido con el ganado, y Zillah. y José se
han ido a divertirse. Yo estoy acostumbrado a la soledad; pero
cuando encuentro buena compañía, lo prefiero. Siéntese junto
al muchacho, señorita Linton. Ya ve que le ofrezco lo que tengo,
me refiero a Linton, y si no es gran cosa, lo lamento mucho.
¡Cómo me mira usted! Es curioso que siempre me siento atraído
hacia los que parecen temerme. De vivir en un país menos
escrupuloso y donde la ley fuera menos rígida, creo que me
dedicaría a hacer la vivisección de esos dos como
entretenimiento vespertino.
Dio un puñetazo en la mesa y exclamó:
—¡Voto a... !¡Les odio!
—No tengo miedo de usted —dijo Cati, que no había percibido
la última parte de la charla de Heathcliff.
Y se acercó a él. Brillaban sus ojos.
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