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disipaba pronto, y se notaba que su pobre corazoncito se
reprochaba el haber abandonado, siquiera fuese por poco
tiempo, el cuidado de su querido padre.
Vimos a Linton esperando donde la otra vez. Cati echó pie a
tierra y me dijo que, como se proponía estar allí poco tiempo,
valía más que yo no me apease siquiera y que me quedase allí
mismo al cuidado de la jaca. Pero yo la acompañé, porque no
quería alejarme ni un momento del tesoro que estaba confiado
a mi custodia. Linton nos recibió con más animación que la otra
vez, aunque no revelaba ni energía ni satisfacción, sino más
bien temor.
—¡Cuánto has tardado! —dijo—: Creí que no ibas a venir... ¿Está
mejor tu padre?
—Debías serme sincero —indicó Catalina— y decirme
francamente que no te hago falta. ¿Por qué me haces venir si
sabes que esto no vale más que para disgustarnos?
Linton tembló de pies a cabeza, y la miró suplicante y
avergonzado; pero ella no estaba en humor de soportar su
extraña conducta.
—Mi padre está muy enfermo —siguió Cati. —Si no tenías ganas
de que te viniese a ver, debiste haberme avisado, y así, no
habría tenido que separarme de papá. Explícate claramente: no
andemos con tonterías. No voy a estar andando de la ceca a la
meca por esas afectaciones tuyas.
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